GOBIERNO

Publicado 07/11/2025

Cómo Israel convirtió la alianza público-privada en su motor tecnológico

En un mundo donde la tecnología avanza a ritmo de vértigo, pocos países lograron articular una relación tan virtuosa entre el Estado y el sector privado como Israel. En lugar de competir o coexistir, ambos actores cooperan bajo una lógica común: el desarrollo de conocimiento como política nacional.
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En un mundo donde la tecnología avanza a ritmo de vértigo, pocos países lograron articular una relación tan virtuosa entre el Estado y el sector privado como Israel. En lugar de competir o coexistir, ambos actores cooperan bajo una lógica común: el desarrollo de conocimiento como política nacional.

El resultado es una red de startups, incubadoras y fondos que sostienen uno de los ecosistemas de innovación más dinámicos del planeta.

 

Israel Innovation Authority (IIA)

 

La piedra angular de este modelo es la Israel Innovation Authority (IIA), organismo que administra fondos públicos destinados a proyectos de investigación y desarrollo. A diferencia de los subsidios tradicionales, los aportes de la IIA son no dilutivos y se devuelven mediante un pequeño porcentaje de regalías cuando la empresa alcanza ventas.

Esa dinámica simple —riesgo compartido, beneficio compartido— permitió que miles de startups nazcan, crezcan y exporten tecnología.

 

 

En 2024, el gobierno relanzó el histórico programa Yozma 2.0, con un fondo de 160 millones de dólares que incentiva la participación de fondos de pensión y aseguradoras en capital de riesgo.

Además, la IIA desplegó nuevas incubadoras deep tech, con financiamiento estatal de hasta 40 millones de shekels por cinco años, y lanzó un paquete de 120 millones de dólares para impulsar la inteligencia artificial y la computación cuántica.

El Estado israelí no busca reemplazar al capital privado, sino reducir el riesgo inicial para que la inversión llegue más rápido y con más ambición.

 

 MEDX Xelerator

 

El caso de MEDX Xelerator sintetiza el modelo: incubadora médica apoyada por la IIA que dio origen a 16 startups de salud digital.

Una de ellas, Exero Medical, desarrolló un sensor para detectar infecciones postquirúrgicas y hoy avanza en estudios clínicos en Estados Unidos con la designación “Breakthrough” de la FDA.

Otro ejemplo emblemático es StoreDot, pionera en baterías de carga ultrarrápida para autos eléctricos, respaldada por programas de ClimateTech del Estado.

Su tecnología promete recargas en menos de 10 minutos y ya cuenta con acuerdos con fabricantes globales.

En el campo de la energía solar, SolarEdge se benefició de subsidios a la I+D que le permitieron desarrollar sus inversores fotovoltaicos.

Hoy es líder mundial en electrónica de potencia, exportando a más de 130 países.

Y en el sector salud, Insightec, creadora de una técnica de ultrasonido focalizado para tratar enfermedades neurológicas sin cirugía, transformó décadas de inversión estatal en patentes que ahora revolucionan la medicina.

 

 

El éxito israelí no depende solo de dinero. Su sistema combina educación científica, transferencia tecnológica y cultura de riesgo.

La red militar, universitaria y empresarial funciona como una incubadora extendida donde los proyectos se validan, escalan y luego se abren al mercado.

Los fondos públicos aseguran continuidad incluso en momentos críticos.

Programas como Fast-Track R&D, activados durante ciclos económicos adversos, ofrecen “puentes de liquidez” a startups que necesitan sobrevivir hasta la siguiente ronda de inversión.

 

 

Mientras muchos países discuten si el Estado debe intervenir o no en el sector tecnológico, Israel demuestra que la colaboración es la forma más eficiente de innovar.

Su modelo no subsidia empresas: incentiva misiones tecnológicas nacionales que multiplican el valor público y privado.

Para economías emergentes —como la argentina—, el caso israelí deja una enseñanza clara:

cuando el Estado asume el rol de inversor inteligente y no de burócrata, la innovación deja de ser promesa y se convierte en política de Estado.