El estudio hizo un seguimiento longitudinal de chicos y chicas de 9-10 años y luego de 12-13 años. Durante esos tres años los síntomas depresivos aumentaron un 35 %.
Lo más relevante es que el aumento en el uso de redes precede al aumento en la depresión, no al revés.
Es decir, no es que los chicos ya deprimidos usen más las redes, sino que las redes contribuyen a que desarrollen síntomas depresivos.
Esto aporta una prueba concreta al debate sobre si las redes sociales solo reflejan malestar previo o si empeoran activamente la salud mental.
Aunque el estudio no establece una causa directa, se apoya en investigaciones previas que identifican varios riesgos:
Ciberacoso: ser víctima aumenta más de 2,6 veces el riesgo de tener ideas suicidas o intentos de suicidio al año siguiente.
Alteraciones del sueño: las pantallas afectan los ritmos de descanso.
Exposición a sustancias: quienes sufren ciberacoso tienen más de 4 veces de probabilidad de probar marihuana, nicotina o alcohol.
Los investigadores remarcan que las redes también cumplen un papel positivo para los adolescentes, porque son una herramienta clave para conectar con amigos y socializar.
Por eso, la solución no es simplemente prohibirlas.
El líder del estudio, Jason Nagata, recomienda:
Predicar con el ejemplo: los adultos también deben moderar su uso de pantallas.
Tener conversaciones abiertas y sin prejuicios sobre cómo usan las redes los chicos.
Establecer momentos libres de pantallas para toda la familia, como durante las comidas o antes de dormir, para fortalecer hábitos digitales saludables.
Monitorear el tiempo de uso diario de redes (mantenerlo moderado).
Fomentar actividades fuera de línea: deportes, juegos, lectura, hobbies.
Detectar señales de alerta emocional: cambios bruscos de humor, aislamiento, tristeza persistente.
Consultar a profesionales si aparecen síntomas depresivos o problemas de salud mental.
La clave no está en demonizar las redes, sino en acompañar y enseñar a usarlas de manera saludable.