La provocación de un Nobel
Simon Johnson, Nobel de Economía, encendió la polémica: la IA no está escrita en piedra, depende de nosotros decidir si será una herramienta de democratización o de concentración de poder.
“No se trata de algoritmos, sino de política. No se trata de máquinas, sino de instituciones”, sostiene, ubicando la discusión más allá del código y en el corazón de la toma de decisiones.
El riesgo de una tecnología capturada
En sus entrevistas y charlas más recientes, Johnson advirtió que cuando la innovación tecnológica queda en manos de unos pocos, se convierte en un espejo de sus propios intereses.
La IA corre el riesgo de ser moldeada por una élite, que imagina el futuro para sí misma, mientras el resto de la sociedad queda atrapada en la desigualdad.
Lo más inquietante es la velocidad: cada semana surgen nuevas versiones capaces de reemplazar empleos que hasta ayer parecían seguros. Ese vértigo amenaza con marginar a países enteros, sobre todo del Sur Global, si no logran construir una estrategia propia.
En este sentido, la IA no solo reconfigura trabajos, sino también relaciones de poder entre naciones.
Regular la IA: una necesidad democrática
Y sin embargo, Johnson insiste en que no hay fatalismo posible. Como él mismo dijo: “la tecnología es el resultado de elecciones sociales y políticas”.
Regular la IA no es un capricho, sino una necesidad democrática. Lo que se discute no es solo productividad o eficiencia, sino si tendremos un futuro en el que la tecnología fortalezca el trabajo y la participación, o uno en el que se convierta en la coartada perfecta para más desigualdad.
Un debate global, no solo de Silicon Valley
La polémica está servida. Y no es un debate que pueda quedar en manos exclusivas de Silicon Valley o de los “gurúes” de turno.
Johnson lo plantea con claridad: el futuro de la IA debe definirse en clave política y social. Porque lo que está en juego no es la máquina, sino el rumbo de nuestras democracias.