La respuesta, hoy, es clara pero matizada. Argentina no puede producir electricidad mediante fusión nuclear a escala comercial, ni en el corto ni en el mediano plazo.
Sin embargo, el país sí cuenta con capacidades científicas relevantes que le permitirían integrarse de manera estratégica al desarrollo global de esta tecnología considerada el “Santo Grial” de la energía limpia.

Argentina posee una base sólida en física de plasmas y tecnología nuclear, concentrada principalmente en la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), el Centro Atómico Bariloche y el Instituto Balseiro.
Allí se desarrollan líneas de investigación vinculadas al equilibrio y control de plasmas, modelado computacional, simulaciones avanzadas y estudios conceptuales de reactores, incluyendo enfoques híbridos entre fusión y fisión. También existen investigadores del CONICET especializados en confinamiento magnético y sistemas de control, áreas críticas para la fusión.
Lo que el país no tiene —y eso marca el límite principal— es una instalación experimental de gran escala, como un tokamak o un stellarator comparable a los que operan en Europa, Estados Unidos o Asia.
Construir y operar una infraestructura de ese tipo requiere inversiones de miles de millones de dólares, plazos de décadas y consorcios internacionales complejos, como demuestra el caso del reactor ITER en Francia, cuyo cronograma y costos se han extendido muy por encima de las previsiones iniciales.

Por eso, para Argentina, la discusión no pasa por levantar una central de fusión propia en el corto plazo, sino por definir un rol realista dentro del ecosistema global.
Especialistas coinciden en que el país podría aportar valor en áreas específicas: desarrollo de modelos matemáticos y algoritmos de control, aplicación de inteligencia artificial al monitoreo del plasma, diseño de instrumentación avanzada, electrónica de potencia y estudios de materiales resistentes a condiciones extremas. Son segmentos donde el conocimiento pesa más que el capital intensivo y donde Argentina ya tiene trayectoria.
Otra vía posible es la cooperación internacional con retorno industrial, participando en proyectos de fusión como proveedor de componentes, software o servicios de ingeniería, una estrategia similar a la que el país ya desplegó en otras áreas del sector nuclear.
En paralelo, algunos investigadores plantean que los reactores híbridos fusión–fisiónpodrían funcionar como un puente tecnológico, combinando investigación de frontera con aplicaciones más cercanas al sistema energético actual.

El debate sobre la fusión también reactiva una dimensión histórica. Argentina tuvo un temprano —y fallido— acercamiento al tema con el Proyecto Huemul en los años 50, un episodio que dejó una marca profunda en la cultura científica local.
Hoy, el desafío es el opuesto: evitar promesas grandilocuentes y avanzar con programas serios, verificables y sostenidos en el tiempo.
En un mundo donde la inteligencia artificial, los centros de datos y la electrificación presionan sobre la oferta energética, la fusión nuclear aparece como una promesa de largo plazo.
Para Argentina, no es una solución inmediata, pero sí una oportunidad estratégica para fortalecer capacidades científicas, integrarse a cadenas tecnológicas de alto valor y sostener su histórico posicionamiento como país nuclear, ahora en la frontera de la próxima gran revolución energética.