Es el mismo mecanismo que alimenta al sol y a las estrellas. A diferencia de la fisión nuclear utilizada en las centrales tradicionales, la fusión no genera emisiones de carbono, produce residuos radiactivos mínimos y no conlleva riesgos de accidentes catastróficos.

Durante décadas, la fusión fue considerada una promesa lejana por la dificultad de controlar el plasma a temperaturas extremas y sostener el proceso de manera continua.
Sin embargo, en los últimos años, avances en supercomputación, inteligencia artificial, materiales avanzados y sistemas de control aceleraron el desarrollo de reactores experimentales y acercaron la posibilidad de una aplicación comercial.
El vínculo con la inteligencia artificial es directo. El crecimiento de los modelos de IA generativa y de los grandes centros de datos disparó la demanda de energía abundante, estable y libre de emisiones, un cuello de botella cada vez más evidente para las grandes tecnológicas.
Empresas como Google, Microsoft y Amazon ya exploran acuerdos de energía nuclear y renovable para sostener sus infraestructuras de cómputo.

En ese contexto, la fusión nuclear aparece como una solución estratégica de largo plazo: permitiría alimentar centros de datos y sistemas de cómputo intensivo sin depender de combustibles fósiles ni de fuentes intermitentes.
Aunque su despliegue comercial aún enfrenta desafíos técnicos y financieros, su potencial explica por qué el sector tecnológico —y ahora también los mercados financieros— observa a la fusión como una pieza clave en el futuro de la economía digital basada en IA.