Durante siglos, la carne fue sinónimo de campo, ganado y fuego. Pero en el siglo XXI, la ecuación cambia: ahora también puede nacer en un laboratorio, en una impresora 3D o en una plantación de arvejas. Las llamadas “carnes del futuro” ya no son ciencia ficción. Se trata de alimentos diseñados para responder a las crisis globales: el cambio climático, la escasez de recursos y el cuestionamiento ético sobre el maltrato animal.
La carne cultivada (también conocida como carne celular o in vitro) es carne real, pero producida a partir de células animales en entornos controlados, sin necesidad de criar ni sacrificar animales.
Países como Estados Unidos, Israel, y Singapur ya autorizaron productos que provienen de esta tecnología. Compañías como Upside Foods y Aleph Farms producen pollo o carne de res cultivada en laboratorios. El resultado: cortes con la misma textura, sabor y aporte nutricional que la carne tradicional, pero con hasta un 90% menos de impacto ambiental.
Otra alternativa son los productos plant-based, elaborados íntegramente con vegetales, pero diseñados para imitar el sabor, la textura e incluso el “sangrado” de la carne. Beyond Meat, Impossible Foods y la chilena NotCo lideran este mercado que ya está presente en supermercados, hamburgueserías y hasta en cadenas como McDonald’s.
El boom se explica por consumidores más conscientes: la generación Z y los millennials exigen productos sustentables, sin crueldad animal y más saludables. A nivel global, se estima que el mercado de carne vegetal superará los 30 mil millones de dólares en 2030.
Aunque para algunos genera rechazo, los insectos comestibles ofrecen una fuente de proteínas barata, sustentable y muy eficiente. Grillos, gusanos y larvas pueden convertirse en harinas proteicas, snacks o suplementos.
En Asia y África ya forman parte de la dieta cotidiana. En Europa y América Latina empiezan a aparecer startups como Ynsect (Francia) o Entomo Farms (Canadá), que industrializan su producción con estándares de calidad alimentaria.
La ganadería es responsable de hasta el 14,5% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, según la FAO.
Para 2050, el planeta deberá alimentar a más de 9.700 millones de personas (ONU).
La producción actual de carne no es escalable sin consecuencias ecológicas.
Además, la industria enfrenta cuestionamientos éticos sobre el trato animal y el uso excesivo de antibióticos, que puede generar resistencia bacteriana en humanos, según la OMS.
País ganadero por excelencia, Argentina no se queda afuera de esta nueva ola:
Granja Celular es la primera startup nacional en carne cultivada, con apoyo de la Universidad Nacional de Quilmes.
Tomorrow Foods trabaja en ingredientes vegetales para carnes alternativas.
El CONICET y universidades públicas están desarrollando líneas de investigación en biotecnología alimentaria y proteínas sustentables.
Argentina cuenta con capital científico, tradición agroindustrial y capacidad exportadora. Lo que falta es visión estratégica del Estado para posicionarse como actor regional en el mapa de proteínas del futuro.
No necesariamente. Los especialistas coinciden en que habrá una convivencia de modelos.
Así como hoy conviven la carne vacuna, el pollo, el pescado y las legumbres, en el futuro compartirán espacio los productos tradicionales y las nuevas carnes. Cambiará la forma de producir, pero no el deseo de compartir un buen plato.
Y si Argentina apuesta por la ciencia y la innovación, puede no solo adaptarse, sino liderar.