GOBIERNO

Publicado 13/06/2025

China alcanza a Estados Unidos en innovación: un nuevo equilibrio de poder global

En menos de tres décadas, China ha pasado de ser un actor periférico en el mapa global de la innovación a disputar el liderazgo absoluto con Estados Unidos. El dato que lo resume todo: en 2023, la inversión en investigación y desarrollo (I+D) de China llegó a US$ 723.000 millones, apenas por debajo de los US$ 784.000 millones de Estados Unidos.
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En menos de tres décadas, China ha pasado de ser un actor periférico en el mapa global de la innovación a disputar el liderazgo absoluto con Estados Unidos. El dato que lo resume todo: en 2023, la inversión en investigación y desarrollo (I+D) de China llegó a US$ 723.000 millones, apenas por debajo de los US$ 784.000 millones de Estados Unidos.

China pasó de representar el 4 % del gasto global en I+D en el año 2000 a un imponente 26 % en la actualidad. El crecimiento chino en I+D no es un fenómeno espontáneo, sino el resultado de una estrategia de Estado sistemática. Desde principios del siglo XXI, el gobierno central priorizó la innovación como motor de desarrollo. Lo hizo a través de planes quinquenales enfocados en tecnología, inversión masiva en universidades y centros de investigación, desarrollo de polos tecnológicos como Shenzhen y Hangzhou, transferencia tecnológica desde empresas extranjeras a través de joint ventures y formación de recursos humanos en el exterior con retorno estratégico al país.

Estos pilares se complementaron con una política de protección de industrias clave, una sofisticada infraestructura digital, y una creciente orientación hacia la autosuficiencia tecnológica, especialmente en sectores sensibles como semiconductores, Inteligencia Artificial y defensa.

 

 

Implicancias políticas globales

Históricamente, el liderazgo en innovación fue sinónimo de liderazgo político y militar. Desde la posguerra, Estados Unidos dominó este terreno con su ecosistema de universidades, Silicon Valley y agencias como DARPA. El avance chino, entonces, no solo amenaza el poder económico de EE. UU., sino su capacidad para fijar normas, estándares y valores en el mundo digital y científico.

El modelo chino de innovación es estatalista, vertical y orientado al largo plazo. Contrasta con el enfoque más descentralizado, liberal y competitivo de Occidente. Esta diferencia ya genera fricciones en organismos multilaterales y en disputas por la gobernanza tecnológica global: desde el rol de Huawei en redes 5G hasta las regulaciones sobre inteligencia artificial.

Estados Unidos ha reaccionado con políticas como el CHIPS and Science Act, que busca relocalizar producción crítica y frenar la dependencia de China. Europa, mientras tanto, intenta coordinar esfuerzos sin la agilidad de un sistema centralizado. El riesgo es que esta competencia derive en una carrera tecnológica que profundice la fragmentación del comercio mundial y la militarización del conocimiento.

 

 

Países en desarrollo, incluidos muchos de América Latina, se ven ahora ante una bifurcación estratégica: ¿aliarse a plataformas tecnológicas chinas o seguir bajo el paraguas occidental? La inversión china en infraestructura digital, Inteligencia Artificial y vigilancia ya se ha expandido a regiones como África, Sudeste Asiático y América del Sur. Esto no solo cambia flujos de capital e innovación, sino también vínculos diplomáticos.

El liderazgo en I+D no se mide solo en dólares invertidos. También importa la calidad de la ciencia, el respeto a la propiedad intelectual, la capacidad de escalar innovaciones y el talento humano disponible. En estos rubros, Estados Unidos todavía conserva ventajas estructurales. Sin embargo, China ha demostrado una curva de aprendizaje fulminante y una capacidad de ejecución sin parangón.

En un mundo donde la supremacía ya no se disputa solo en campos de batalla, sino en laboratorios, startups y algoritmos, el ascenso chino en innovación es más que un dato económico: es un giro profundo en el balance de poder global.

¿Latinoamérica puede evitar quedar atrapada en esta disputa o convertirse en un campo de batalla digital? Esa es la pregunta que, en los próximos años, todos los gobiernos deberán responder.