A pesar del talento local y de ciertos nichos tecnológicos pujantes, Argentina llega a mitad de 2025 con un escenario preocupante: no solo avanza más lento que otras economías similares, sino que además retrocede en áreas estratégicas para el futuro productivo y soberano del país. Las causas no son solo económicas: también hay una ausencia de políticas públicas sostenidas, falta de planificación estatal y recortes que golpean directamente la capacidad de innovar. A continuación, un repaso por las cinco áreas donde el rezago es más evidente.
El acceso a internet sigue siendo profundamente desigual. Si bien las grandes ciudades han mejorado su conectividad móvil, millones de personas en zonas rurales, barrios populares y provincias del norte enfrentan servicios lentos, inestables o inexistentes.
Proyectos estratégicos como la Red Federal de Fibra Óptica, pensados para cerrar esa brecha, han quedado paralizados por falta de inversión estatal. A diferencia de otros países que ven la conectividad como un derecho y una prioridad nacional, en Argentina no hay un plan de expansión digital activo ni presupuestos acordes.
La Inteligencia Artificial ya no es futuro, sino presente en la educación, la salud, la industria y el comercio global. Sin embargo, Argentina carece de una estrategia nacional de IA. No existe un plan público que articule universidades, sector privado, organismos del Estado y marcos éticos de aplicación.
Mientras países como Canadá, Corea del Sur y Alemania invierten entre el 2,5% y el 3,5% de su PBI en ciencia, tecnología e innovación, en Argentina la inversión pública ronda apenas el 0,22% del PBI en 2025, una cifra que ha caído incluso respecto a años anteriores. Sin apoyo del Estado, no hay escala posible. Sin planificación, no hay desarrollo sostenible.
El mundo digital no solo ofrece oportunidades: también es un campo de amenazas crecientes. En este contexto, Argentina no tiene una estructura sólida de ciberseguridad estatal, ni protocolos unificados ante ataques.
Los organismos públicos manejan datos sensibles sin estándares claros ni defensa activa, y el sector privado, especialmente las pymes, invierte muy poco en protección digital. La ausencia de una Agencia Nacional de Ciberseguridad, algo habitual en muchos países, deja al país expuesto y fragmentado en un tema clave para la soberanía digital.
Argentina no produce microchips ni componentes electrónicos avanzados. La industria electrónica nacional se reduce a actividades de ensamblado con muy poco valor agregado y sin innovación propia. El resultado es una dependencia total de importaciones para todo tipo de dispositivos y tecnología de punta.
A nivel global, países como Estados Unidos (que impulsa la CHIPS Act con más de 50 mil millones de dólares en inversión estatal) o la Unión Europea (que busca duplicar su producción de semiconductores) demuestran que el desarrollo de hardware es una prioridad estratégica con fuerte presencia estatal.
En cambio, en Argentina no existe una política industrial específica ni fondos públicos significativos para investigación y producción local.
Argentina cuenta con uno de los mayores potenciales del mundo en energía solar, eólica y recursos como el litio, pero avanza lentamente y sin escala. La falta de planificación y de inversión estatal ha impedido el desarrollo de cadenas tecnológicas completas que vayan más allá de la extracción primaria.
Mientras China invierte el 2% de su PBI en innovación verde, y países como Alemania y Noruega superan el 3%en investigación y desarrollo orientado a la transición energética, Argentina no ha desarrollado una estrategia nacional sólida para integrar producción, tecnología y energía limpia en un modelo industrial.
La situación tecnológica de Argentina en 2025 no se explica solo por restricciones económicas. La diferencia con otros países similares está en el rol del Estado, que en el mundo invierte, planifica, regula e impulsa sectores estratégicos de innovación.
Estados Unidos invierte el 3,5% de su PBI en I+D, Corea del Sur el 4,9%, Alemania el 3,2%, China el 2,6%. Argentina, apenas un 0,22%. La brecha no es solo tecnológica: es política y presupuestaria.
El país cuenta con recursos humanos calificados, universidades públicas de excelencia y un ecosistema emprendedor con potencial. Pero sin políticas activas y financiamiento sostenido, el talento solo no alcanza.
Mientras el mundo discute cómo regular, aplicar y liderar las tecnologías del futuro, Argentina sigue discutiendo si el Estado debe intervenir o no. Y en esa discusión, se le escapa el tren del desarrollo.